La depresión se define como un trastorno del estado de ánimo que se traduce en un descenso del humor que termina en tristeza, y se manifiesta a través de diversos síntomas y signos de tipo vegetativo, emocionales, cognitivos y conductuales que alteran los ritmos vitales y persisten por un periodo mayor a seis meses. Los síntomas psíquicos incluyen desinterés, tristeza, desmoralización, disminución de la autoestima, apatía, etc., mientras que dentro de la sintomatología somática se pueden resaltar aspectos tales como alteraciones en el apetito, disminución o aumento de peso, astenia, alteraciones del sueño con periodos de insomnio y somnolencia, etc.
La prevalencia de este problema en la población mundial ha sido analizada en varios estudios y se calcula que aproximadamente un 10% de la población sufre esta enfermedad, cifra que se ve aumentada cuando se ve asociada a otras patologías médicas, en especial las enfermedades crónicas.
Existen en los últimos años múltiples estudios que analizan la relación entre el estado depresivo y el consumo de sustancias (Moral, Sirvent, Blanco, Rivas, Quintana, Campomanes, 2011; Martínez-Lanz, Medina-Mora, Rivera, 2005), donde se evidencia que las personas depresivas tienden al consumo de sustancias como medio paliativo del estado anímico. Igualmente, también es común que personas con trastorno por uso de sustancias padezcan depresión como patología asociada.
La presencia de trastornos del estado de ánimo, sobre todo de los trastornos depresivos, asociados al consumo de sustancias psicoactivas se ha visto multiplicado en los últimos 10 años, siendo mayor la prevalencia entre la población masculina (47%) que en la femenina (26%), observando igualmente una mayor tasa de suicidios e ideas autolíticas entre los adictos con depresión (Moral et al, 2011).
A la hora de realizar un tratamiento, es importante saber encontrar la diferencia entre un estado depresivo normal y uno relacionado con el consumo de sustancias. Así, un sujeto depresivo normal, que no presenta signos de adicción, suele sufrir elevadas dificultades para disfrutar, aspecto que les lleva a un estado de desmotivación, que permanece de manera constante. Sumado a ello, existe una pérdida o ausencia de interés por las actividades anteriormente placenteras, y aumento de la capacidad de fatiga. El adicto depresivo, por el contrario, muestra incapacidad para sentir placer derivado de la nostalgia de los efectos agradables de la sustancia. En el plano biológico, se ha de tener en cuenta que las drogas y el alcohol interfieren en la química del cuerpo humano, impidiendo que el organismo no tenga de manera natural, sino solo bajo los efectos de la sustancia, la capacidad para sentir placer. De esta forma, el adicto siente erróneamente que la vida resulta displacentera si no vuelve al consumo.
Como bien es conocido, las consecuencias de la adicción afectan a los diferentes campos personales, como son las relaciones en el entorno familiar y social, así como en el entorno laboral o escolar. El consumo llega a un punto en que se convierte en un método de evasión de todas estas problemáticas. Así, cuando se abandona el consumo de sustancias, el sujeto ha de enfrentarse a toda esta realidad, generando entonces un sentimiento de desesperanza por todos los acontecimientos acaecidos.
Teniendo estos factores en cuenta, el tratamiento ha de estar enfocado a la base sobre la que se fundamenta el estado depresivo, con el fin de obtener así los mejores resultados y evitar la recaída, tanto en la depresión como en el consumo de sustancias. En ambos casos, la terapia cognitivo-conductual, conjunta con la terapia farmacológica, ha mostrado elevados datos de efectividad. No obstante, en el caso de las personas adictas se ha de tener en cuenta la inhabilidad social. Mientras que las personas no adictas son más equilibradas y logran un mayor control de sí mismos cuando están frente a estímulos estresantes, las personas con trastornos adictivos presentan mayor dificultad para manejarse con la complejidad de la vida cotidiana que, conjuntamente con la dificultad en el manejo de recursos internos, puede desembocar en rápidas recaídas en el consumo por querer recuperar el placer derivado del mismo. (Jiménez, Pantoja, 2007). Es por ello que en el tratamiento de los trastornos adictivos se incluye el desarrollo y reforzamiento de habilidades sociales tales como el control de impulsos o el manejo de los conflictos, aspectos de especial relevancia y valorados como altos factores de riesgo de recaída.
En conclusión, la depresión no debe ser motivo de inicio del consumo de sustancias, pues estas no suponen una solución al estado de ánimo decaído. Igualmente, es extremadamente difícil el abandono de la adicción sin una intervención adecuada que analice adecuadamente la sintomatología depresiva. Es de especial relevancia la asistencia y ayuda terapéutica adecuada a la sintomatología particular.
En el Centro Terapéutico realizamos tratamiento individualizado, enfocado tanto a la sintomatología depresiva como al consumo de sustancias, haciendo hincapié en la mejora de ambos aspectos que permitirán una calidad de vida y adecuada adaptación rutinaria de los pacientes.
Fernández Menéndez, M., Jerónimo Miguel, G., Sanabria Blanco, R.
Equipo terapéutico CTv Tiétar
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